Borges parado enfrente de la diosa de la victoria en el Museo del Louvre, entre lágrimas, recordaba la primera lección de estética que alguna vez le diera el padre a María Kodama, su compañera:

-Kodama, ¿qué es la belleza? -preguntó la hija.

-El próximo fin de semana le voy a mostrar qué es la belleza.

El padre le llevó un libro de arte griego, lo abrió, y le mostró a su pequeña La Victoria de Samotracia. De pronto esta dice:

-Pero Kodama, ¡no tiene cabeza!

-¿Quién le dijo a usted que la belleza es una cabeza? Mire la túnica de la estatua, la túnica está agitada por la brisa del mar. Detener la brisa del mar en el movimiento de la túnica para la eternidad: eso es la belleza.

Victoria de Samotracia

Asimismo, Egan Bernal, el veloz, nos dio una lección de estética. En el final de la etapa reina del Giro d’Italia, pasando la mítica Cima Coppi y llegando a Cortina d’Ampezzo, nos dijo: “Hablaremos de estética, pero antes un poco de historia. Este año cumple 90 años, ¡con ustedes la Maglia Rosa, bienvenida!”:

“¡Grazie!… Ustedes necesitan hacer un esfuerzo, hoy en día, para comprender lo que realmente fui… Para ver con ojos frescos lo que luego llegó a ser un ícono mundial, una leyenda, pero la cual -en sus orígenes- fue solo una pequeña llama, que apenas ardía, tan tenue como el color que eligieron para mí. En su imaginación ustedes necesitan tapar los agujeros que el tiempo ha hecho en mi lana, revitalizar el color desteñido por el sol, la lluvia y el sudor. Y, por encima de todo, necesitan pensar cómo tuvo que haber sido para quienes estuvieron en el Giro de 1931, cuando ellos me vieron aparecer por primera vez entre un montón de corredores multicolores e inmediatamente entendieron que yo era el faro, la chispa, el fuego de la carrera, la primera página de una historia que perduraría por 90 años.”[1]

Maglia rosa museo

Perplejos, sin comprender demasiado lo que la Maglia nos había dicho, Egan, fogoso, continuó: “Desde Francesco Camusso en 1931, pasando por Gino Bartalli en el 36 y 37, junto al joven Fausto Coppi en los 40, soplaron fuerte, muy fuerte, a veces por más de diez horas…, y así, cautivados por el gran esfuerzo y arrojo, poco a poco los ojos de muchos se posaron ya en la intensa llama; en 1960 los ojos franceses ya veían el fuego arder más fuerte, cuando Jacques Anquetil llegaba antes que todos a Milán; 1968, los ciclistas, sus bicicletas, su alimentación evolucionaron, y aquella llama, menos resistente que nunca al aire, brilló intensamente, fundiéndose con el soplo de un prodigio, un suceso sobrenatural, una señal de los dioses, un Monstruo, el gran Eddy Merckx; 1988, brillaba tanto, que ya la sentían desde América, cuando Andrew Hampsten la conquistó; Miguel Induráin, en los 90, nos iluminó, ¡la luz!, viajando tan rápido como solo ella puede, verdeó en segundos valles y llanuras enteras, y Marco Pantani, ingrávido, voló tan alto, nadando en el aire hasta rosar el cielo, que el mundo entero logró verla; reveló por todo el globo rostros sonrientes, inocentes, mostrando en primavera de qué estaban hechos los sueños: Canadá, Colombia, Ecuador, Reino Unido…”

Egan quita chubasquero

Atentos y visiblemente emocionados, pero aún sin comprenderlo, todos vimos entonces al héroe colombiano quitarse el chubasquero y decir finalmente: “Detener el fuego antiguo de los astros en el rosa intenso de la Maglia Rosa para la eternidad: eso es la belleza.”

Lucumí


[1] Tomado del museo virtual del Giro d’Italia, proyecto que conmemora los 90 años de la Maglia Rosa, realizado en colaboración con el Museo Ghisallo y el Museo AcdB: https://virtualtour.linelab.net/virtuals/magliarosa90anni/

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